Yuniol Kindelán es hoy solo la cara visible de otros tantos colegas suyos desparramados por el mundo. Y aunque ya le vimos encaramado a la cima del podio, todo sabemos que, en el fondo, la gloria apenas le apuntará en la página de los “ayudantes”. Por mucho que Omara Durand le encumbre en su discurso de gratitud, la reverencia quedará como polvo esparcido en el viento del olvido.
Perdonen el comentario casi apocalíptico de antes, mas algunas verdades resultan ineludibles si se quieren transformar. Y no, no debería suceder. Porque Yuniol, que es el guía de la legendaria corredora cubana, representa también la esencia del esfuerzo. La constancia a prueba del reloj y los obstáculos.
Y uno se pregunta, en medio de cavilaciones enfrente de la pantalla, ¿Qué sería de Omara, la insigne Omara, la mejor de todas las paratletas cubanas, sin el acompañamiento paciente de aquel colega que, con el tiempo, más que colega es amigo?
¿Qué sería de ella, la reina de las pistas paralímpicas, sin el consejo técnico de cada entrenamiento, sin la venia para cambiar algún detalle o el empuje en días de poco ímpetu? ¿Cómo podría arreglárselas una erudita para explotar al máximo sus cualidades sin ese faro de luz que le alumbra los carriles con el don de las palabras exactas?
El guía, bien lo saben quienes han vivido de cerca las intrahistorias del deporte para discapacitados, también debe machacar su cuerpo para lograr un físico impoluto y estar a la altura de los campeones. Su mayor miedo es decepcionar y ser, más que lazarillo, un lastre en el camino al éxito.
Y hablar de éxitos en este tipo de torneos, que quede claro, no es subir al podio o lucir en el cuello una medalla. Allí, en el Olimpo de los más esforzados atletas, competir constituye ya la primera victoria. Una gran victoria de quienes saben levantarse y sortear los golpes de la vida.
Podría sonar a teque barato, pero casi dos años sumidos en este virus obsceno nos han dejado clarísimo que la vida puede ser un chasquido o una maratón y los paratletas han superado cosas que muchos apenas podríamos imaginar. Y allí están, felices con lo que tienen, mostrando al mundo que las catástrofes personales no existen si se enfrentan bien.
Esta semana otra vez Omara Durand pasea su bandera por los carriles de un Estadio Olímpico y lo hace con la comodidad de las leyendas. Las rivales observan su espalda a lo lejos. Omara representa la utopía de muchas.
Ella, la más grande que ha tenido Cuba, es una fuera de serie. Y a su lado, como símbolo auténtico de fidelidad, aparece un muchacho joven con las mismas condiciones para correr, pero que supeditó su éxito al de otra persona. En el terreno del altruismo nadie baja del podio a Yuniol Kindelán.
Omara Durand: "No pienso que Tokio sea mi final en el deporte"
Omara Durand, estrella fulgurante del deporte cubano y mundial, será de las atletas más seguidas en el nuevo estadio de esa ciudad durante los XVI Juegos Paralímpicos.
Próxima a cumplir los 30 años de edad, asistirá a sus cuartos juegos paralímpicos para defender reinados que disfruta a plenitud y son razones de orgullo para sus compatriotas.
Para quien inició su vida deportiva en una escuela interna de niños ciegos y débiles visuales en Santiago de Cuba, el atletismo y su hija han sido sus grandes amores.
Fue descubierta para el Deporte Rey a los siete años de edad, por su profesor de educación física Reynaldo Cascaret Castillo, quien le despertó el interés. Sin embargo, al principio lo asumió como un juego y la oportunidad de traspasar las puertas del recinto.
"Estaba becada y observé una vía para salir de la escuela. Luego fui escalando a niveles más complejos, me enamoré de las carreras y ya ve: hoy son uno de mis grandes amores".
Así, sin mucho protocolo, tan rápida como sus piernas, habla para los lectores de JIT esta multimedallista y recordista, ícono mundial y candidata a miembro del Comité Paralímpico Internacional en este momento.
"Además del deporte, lo más importante que tengo es mi familia y dentro de esa mi niña y mi madre representan algo muy grande", asegura.
"Cualquier juego multidisciplinario, como los parapanamericanos o los paralímpicos, son una gran fiesta porque nos reunimos competidores de la élite mundial", considera.
"Sabemos que el roce no será el mismo por la Covid-19, pero aun así estamos ansiosos por competir en Tokio, una ciudad tan bonita. También sabemos que habrá que correr fuerte para ganar", estima.
"Lo que queremos mi entrenadora Mirian Ferrer y yo es que la competencia nos salga bien y disfrutar. Como otros atletas quiero que en general todos los espacios sean de fiesta y alegría", admite.
"No pienso que Tokio sea mi final en el deporte. Cuando termine me gustaría superarme profesionalmente. También mi familia es corta, porque tengo una sola hija. Quiero tener uno o dos hijos más", revela.
"Quiero ver a mi niña crecer, que sea una mujer de bien y disfrutar lo que la vida nos proporcione", agrega.
"Participé en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012 por única vez en la categoría T13 y gané dos medallas de oro, en 100 y 400 metros planos; luego, en Río de Janeiro 2016, ya con Yuniol Kindelán como guía, viví los resultados más maravillosos, los mejores de toda mi vida, e implanté dos récords mundiales", recuerda.
"Realmente mis primeros juegos fueron en Beijing 2008. Allí no obtuve medalla, pero entendí que debía ser disciplinada, responsable y entregarme más al deporte. De cada momento bueno o malo saco lo mejor. A partir de entonces lo hice", reconoce.
"Tuve a mi bebé en 2014 y a los tres meses me reincorporé. Estaba muy gorda y lo primero que me propuse fue bajar de peso. Me costó trabajo, pero lo logré y entonces me enfoqué en retomar mi forma deportiva", narra.
"Pasé momentos muy difíciles, pero nunca me rendí, siempre tuve la fe de que volvería a ser Omara. Gracias a la vida y a la magia que puso Miriam me fue mejor. Siempre digo que después de haber tenido a mi hija mis resultados han sido mejores. Ella es una bendición", resalta.
"De Tokio 2020, el primer temor que tuve fue que suspendieran los juegos definitivamente y tuviera que esperar a París 2024. Por eso es muy bueno que se celebren. No es lo mismo esperar un año que cuatro, y es bueno explotar los momentos en que te encuentras en forma deportiva. Ya no tengo 20 años, voy a cumplir 30".
"En el tiempo que estuve en casa por la Covid-19 pude disfrutar mucho de mi hija, de la familia, algo que el deporte no me permite a plenitud. Nos pudimos relacionar más. Incluso había cosas de mi hija que no conocía y todo ese descanso lo permitió", apunta.
"Cuando comencé a entrenarme nuevamente, lo que más me motivó fue la posibilidad de competir por cuarta vez en unos juegos paralímpicos", afirma.
"La Covid-19 le ha cambiado la vida al mundo entero. En 2020 tuvimos que parar, pero creamos mecanismos para no perder la forma deportiva. En mi casa, con la tutela de mi entrenadora, al menos mantuve el tono muscular".
"Por suerte en el atletismo no hay que estar agrupados para entrenar y correr. Lo hago con mi guía, siempre cuidándonos. A pesar de todo, la preparación ha sido muy buena y me siento en buena forma física para los Juegos", asegura.
"En Tokio estaré en 100, 200 y 400 metros, eventos en los que siempre he competido. No me gusta hablar de las medallas que voy a alcanzar o de las marcas que me propongo hacer. Prefiero esperar el momento. Por supuesto, me entregaré totalmente en la pista para que salgan los resultados", sostiene.
"Tengo los tres eventos bastante parejos. Cuando uno está bien los resultados salen. Espero que en la pista me salgan buenos tiempos", dice.
Omara volverá a correr junto a Kindelán, quien tiene la alta responsabilidad de comunicarle verbalmente la información del recorrido, los tiempos y todo lo que sucede a su alrededor. Su máxima prioridad es la seguridad de la atleta.
Kindelán debe ser muy cuidadoso, pues ir por delante de Omara o cruzar la línea de llegada antes supone la descalificación.
"Practicamos mucho para que eso no suceda. Entrenamos para ganar. Ese es el principal empeño de Miriam, Yuniol y yo para Tokio 2020", concluye.
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